Mindfulness Vitoria-Gasteiz
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Vive la vida, observa la naturaleza.
Mira con atención plena la naturaleza, se paciente, persevera y encontraras tus buenas elecciones.
VIVE LA VIDA, OBSERVA LA NATURALEZA
DEBEMOS VOLVER A FOCALIZAR EL CEREBRO.
Debemos volver a focalizar el cerebro
Tratamos de tapar nuestro vacío existencial con posesiones y distracciones. Pero no funciona
La tecnología impulsa simultáneamente nuestro poder y nuestra alienación, escribe en su último libro el filósofo Jordi Pigem, del que ‘Ideas’ publica un extracto. Es una receta perfecta para el desastre
Vamos hacia una sociedad cada vez más alienada, ya intuyó Erich Fromm. En su breve ensayo La condición humana actual, publicado en 1955, advertía que vamos hacia una sociedad tan rebosante de prodigios tecnoló- gicos como carente de sabiduría para usarlos, una sociedad en que las personas no guían a la tecnología, sino que la tecnología las guía a ellas. Fromm creía que “en los próximos cincuenta o cien años” (ya estamos de lleno en ese intervalo) podríamos tener un mundo en el que las personas “se convierten cada vez más en robots”, personas robotizadas que, a su vez, fabrican robots que actúan como personas. Efectivamente, así es nuestro tiempo. La tecnología ha dejado de ser un instrumento y hoy lleva las riendas, cada vez más. Por un lado nos empodera, multiplica enormemente nuestras posibilidades. Por otro lado, acrecienta el vacío existencial que ya empezó a asomar en tiempos de Kafka, Joyce y Camus. La tecnología hace crecer simultáneamente nuestro poder y nuestra alienación. Una perfecta receta para el desastre. Fromm prevé que “los procesos que fomentan la alienación humana continuarán” en el siglo XXI. El peligro, concluye, es que las personas, cada vez más alienadas, se conviertan en una especie de robots. Entonces, ¿hacia qué mundo vamos? Hacia un mundo, escribe, en que los seres humanos no dedicarán su esfuerzo “al servicio de la vida” y de los grandes valores (“amor, verdad, justicia”), sino que “destruirán su mundo y se destruirán a sí mismos porque serán incapaces de soportar el aburri- miento de una vida sin sentido”.
Lo único que hoy parece importar es la supervivencia biológica y la eficiencia tecnocrática. La eficiencia y el control son la cara (atractiva) y la cruz (funesta) de la misma lógica tecnocrática que se ha ido imponiendo y que va eclipsando la alegría de vivir y el sentido de la existencia. En el mismo número de The American Scholar en que Fromm publica su texto, una docena de páginas más adelante hay otro pequeño ensayo, Freedom and the Control of Men (La libertad y el control de los hombres), de B. F. Skinner. Para este científico, padre de la psicología conductista, lo único relevante en los seres humanos es lo estrictamente cuantificable y (en sus propias palabras) “manipulable”. En la última frase de ese texto, Skinner define la aventura humana sobre la Tierra como “la larga lucha del hombre por controlar a la naturaleza y a sí mismo”. Cuantificación, manipulación, control: todo ello crece más y más en un mundo tecnocrático como el de hoy. En el mundo de los hechos, se ha ido imponiendo la mirada de Skinner. Pero la mirada de Fromm sigue siendo más profunda y certera: estamos destruyendo la red de la vida y nos estamos autodestruyendo porque no podemos soportar el aburrimiento de una vida sin sentido.
El aburrimiento de una vida sin sentido se manifiesta en la cultura europea al menos desde que el término ni- hilismo toma carta de naturaleza. El nihilismo, el más inquietante de los huéspedes, como lo define Nietzsche, es la constatación de que no hay nada (nihil, en latín) que pueda servirnos verdaderamente como fundamento u horizonte: nada en el fondo tiene sentido. El término nihilismo aparece por primera vez en un personaje de Turguénev, pero su presencia ya se había dejado sentir en autores de las generaciones anteriores (Jean Paul, Hölderlin, Leopardi). De hecho, su expresión más rotunda aparece mucho antes, a principios del siglo XVII, cuando Macbeth describe la existencia como “a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing” (un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia, que no significa nada). En Los hermanos Karamázov, la gran novela filosófica de Dostoyevski, Iván constata que Dios ha muerto y, por tanto, el ser humano es libre. Pero la muerte de Dios, sin ningún otro horizonte que supla su ausencia, deja al mundo sin norte y al ser humano sin rumbo. “Todo está permitido”, escribe Dostoyevski: la nueva libertad no pone límites a los instintos más egoístas y criminales. Nietzsche toma nota pronto: “El peligro de los peligros: nada tiene sentido”. La experiencia de que nada tiene sentido se halla en el núcleo de las grandes obras de Kafka, Joyce, Beckett y tantos otros testigos del siglo XX, relatos que no significan nada más allá de la constatación del absurdo y de la falta de sentido, y en los que ya ni siquiera queda la furia.
Hoy encontramos la misma constatación bajo la efervescente espuma de las distracciones electrónicas. David Foster Wallace, descrito por The New York Times tras su suicidio en 2008 como “la mejor mente de su generación”, intentó expresar la angustia y el extravío que sentía en el fondo de un mundo acomodado como el suyo: “Hay algo especialmente triste en ello, algo que no tiene mucho que ver con las circunstancias físicas, o con la economía o con nada de lo que se habla en las noticias. Es más como una angustia al nivel del estómago. La veo en mí y en mis amigos de distintas formas. Se manifiesta como una especie de extravío”.
En momentos de silencio o confinamiento, si no somos presa de las distracciones o del miedo, tal vez nos preguntamos qué es todo esto, qué hacemos aquí. No se trata de fantasías de personas especialmente sensibles. También lo han constatado científicos del más alto nivel. Jacques Monod, premio Nobel de Medicina, afirmaba que el ser humano se halla extraviado en un universo que es “sordo a su música” y “tan indiferente a sus esperanzas como a su sufrimiento o a sus crímenes”. Steven Weinberg, premio Nobel de Física, escribe que el universo es “abrumadoramente hostil” y que cuanto más lo conocemos, más comprobamos que no tiene ningún sentido.
La falta de sentido no es exclusiva del mundo contemporáneo. Si el ser humano está extraviado, lo está desde hace tiempo. Pero desde hace algo más de un siglo, desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, ese extravío se siente con mayor intensidad. Y con mayor intensidad todavía se siente a partir de la Segunda Guerra Mundial.
En cuatro campos de concentración nazis estuvo internado el psiquiatra Viktor Frankl. Allí constató que solo quienes tenían una profunda motivación conseguían reunir fuerzas para sobrevivir, física y psicológicamente, a aquellas condiciones atroces. Frankl comprendió que lo que en el fondo más nos motiva no es la sed de placer o de poder, sino la búsqueda del sentido de la propia vida, de un horizonte hacia el que valga la pena caminar en la aventura de la existencia. El sentido de la propia vida, único e intransferible, no es algo que tengamos que inventar, sino algo que vamos descubriendo a cada momento y a lo largo de los años.
Frankl señalaba que el vacío existencial, la incapacidad de encontrar sentido a la vida, “es un fenómeno generalizado en el siglo XX”. Produce una frustración íntima de la que emergen múltiples formas de depresión, ansiedad y adicción. De esa falta de sentido también derivan la sed codiciosa de dinero y poder, y la desorientación que hoy impregna el mundo. Un filósofo versado en cuestiones de psiquiatría, David Michael Levin, señalaba hace ya más de tres décadas: “La compulsión a producir y consumir, conducta característica de nuestra vida en una economía tecnológica avanzada, podría ser a la vez una expresión de furia nihilista y una defensa maniaca contra nuestra depresión colectiva en una época de insoportable pobreza espiritual y de creciente sentido de desesperación”.
Es como si tuviéramos que tapar el vacío existencial a base de posesiones y distracciones, cada vez más aceleradas y más intensas. Con ello perdemos el arraigo, la coherencia y la plena presencia en el aquí y ahora. Y el mundo que antes llamábamos real queda sustituido por un mundo centrado en los entretenimientos.
Jordi Pigem (Barcelona, 1964) es filósofo de la ciencia y escritor. Este extracto pertenece al libro ‘Pandemia y posverdad. La vida, la conciencia y la Cuarta Revolución Industrial’, de Fragmenta Editorial, publicado este 1 de diciembre.
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El MISTERIO DE LA CONSCIENCIA HUMANA
¿Nuestra consciencia, podría ampliarse o extenderse más allá del cerebro, a través del espacio y el tiempo y, conectarse a través de campos morficos con las consciencias de otras personas y con una mente grupal o cultural?
Según la teoría sobre los conceptos de resonancia y campos morficos que desarrolla el profesor, biólogo, Sheldrake, nuestras mentes están incluidas en un solo campo morfico de consciencia, equivalente al inconsciente colectivo de Jung.
Por ello, nuestra consciencia puede ejercer acciones a distancia dirigidas a personas, animales, cosas y lugares del mundo exterior y establecer relaciones en consonancia con nuestras necesidades, deseos, amores, odios, proyectos de vida, deberes, ambiciones o ideales.
Accediendo a la web del profesor bioquímico y biologo Sheldrake que se señala más abajo, puedes participar en experimentos que llevan a cabo y consultar resultados de otros realizados en su blog.
Teoría sobre conceptos de resonancia y campos morficos
Un audiolibro para escucharlo muchas veces en tu camino de vida.
Gracias, gracias, gracias Anthoni De Mello.
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En este potente discurso, Buda enseña que nunca debemos apegarnos a nada, ni siquiera a sus propias enseñanzas. Un gran consejo en esta época de fanatismos y partidismos.
Un día el Buda comentó a sus discípulos:
«Oh, monjes. Un hombre está de viaje y llega a una enorme extensión de agua. En este lado, la orilla es peligrosa, pero en la otra se está a salvo y sin peligro. No hay ningún barco que lleve a la otra orilla y tampoco hay puente para cruzar. El hombre piensa que sería bueno construir una balsa. Así lo hace, y con ella consigue pasar al otro lado, al lugar seguro. Una vez allí, piensa que la balsa ha sido de gran ayuda para él porque le ha permitido cruzar al otro lado. Por tanto, considera que sería bueno llevarla siempre encima, bien sea en la cabeza o a la espalda.
¿Qué pensaríais, oh monjes, si el hombre actuara de este modo? ¿Consideraríais que actuaba correctamente? No, señor. Entonces, ¿de qué forma actuaría correctamente respecto a la balsa? Actuaría correctamente si pensase que la balsa le ha sido muy útil para alcanzar un lugar seguro, pero, ahora, tendría que dejarla en la orilla y seguir su camino. De igual manera, oh monjes, he enseñado una doctrina que es como una balsa para atravesar el río y llegar a la otra orilla del sufrimiento. Pero deberíais evitar el apego a la balsa, a la doctrina (Majjhima Nikaya I).
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De pequeño dice que ya era como ahora: solitario y sociable, divertido ante la vida e inquietado por ella. «En definitiva, hecho para la psicología».
Christophe André nació en Montpellier, hijo de un marino y una maestra, y pasó su juventud en Toulouse, entre la facultad de Medicina y los campos de rugby. Había leído a Freud y por eso se convirtió en psiquiatra. En París encontró nuevos horizontes y vio nacer a sus tres hijas.
Hoy André divide su tiempo profesional entre el ejercicio de la psiquiatría y la escritura de libros en los que explica cómo sus pacientes aprenden a vivir mejor. Confiesa que él es su primer paciente y su primer lector.
En español se pueden encontrar El arte de la felicidad (Ed. Paidós), en el que comenta cuadros famosos con gran lucidez, así como Prácticas de autoestima, El placer de vivir, Psicología del miedo o Los estados de ánimo. El aprendizaje de la serenidad. En los últimos años ha publicado varios títulos sobre meditación, como Tiempo de meditar, Meditar: 3 minutos o Meditar día a día: 25 lecciones para vivir con mindfulness.
Muy mediático en Francia, anima un blog en el que se sincera a diario y reflexiona sobre el modo en que nos comportamos, a menudo a partir de anécdotas cotidianas sobre las que posa su mirada sensible.
Nos atiende con la amabilidad que le caracteriza en su consulta del hospital universitario Sainte-Anne de París, antes de que se reúna con sus pacientes para meditar en grupo.
–He preguntado en la calle cómo llegar aquí y se han referido a este hospital como «el de los locos». ¿Quiénes son esos «locos»?
–Para un psiquiatra no existen los locos. Hay depresivos, ansiosos, esquizofrénicos, paranoicos… personas que sufren enfermedades psicológicas. El hospital de Sainte-Anne es muy grande. Yo trabajo con pacientes ambulatorios, es decir no hospitalizados, y por lo tanto menos graves. Mi especialidad es la ansiedad y la depresión, y sobre todo la prevención de las recaídas. Me encargo de proponer recursos a los pacientes que salen del hospital para fortalecerlos psicológicamente. Eso fue lo que me llevó a interesarme por los problemas de autoestima y equilibrio emocional, y por la psicología de la felicidad, territorios que permiten a las personas frágiles trabajar para mejorar su equilibrio. Así que trabajo con personas que no están muy mal pero que pueden llegar a estarlo.
–¿Qué ha aprendido de ellas en todos estos años?
–Que nos parecemos bastante. Más o menos todos tenemos las mismas fragilidades e inquietudes, los mismos puntos débiles y fuertes. Pero al mismo tiempo también he visto que hay desigualdades muy grandes: personas que han tenido la suerte de venir al mundo en una familia que les ha enseñado a amar, ser felices, cuidarse… y que a pesar de sus fragilidades tendrán la posibilidad de vivir una vida bastante armoniosa, y personas con las mismas fragilidades a las que no han enseñado a estar bien, y a las que hay que enseñárselo una vez adultas.
Mis pacientes me enseñan muchas cosas porque tengo una relación estrecha con ellos, pero aprendo en general de todas las personas con las que me relaciono. Cuando me encuentro a alguien, observo cómo funciona, en qué es admirable y me puede inspirar, y en qué flaquea y arroja luz así también sobre mis propios fracasos.
–¿Y cómo ha evolucionado su modo de tratar a estas personas? Ha introducido en su terapia la meditación, el arte, los paseos…
–Al principio, como muchos médicos, era muy académico. Hacía lo que me habían enseñado a hacer, que está muy bien porque era necesario. Pero poco a poco fui viendo que la prevención era muy débil en psiquiatría. En otras áreas, como en cardiología, los médicos ponen mucha atención en el trabajo preventivo –les dicen a sus pacientes que no fumen, no coman demasiado, etc.–,mientras que en psiquiatría eso no se hacía mucho. Sí había fuera muchos talleres de crecimiento personal, yoga, respiración, etc. pero los médicos lo miraban con desconfianza e incluso desprecio. Después nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado, que había una verdadera necesidad de ayudar a las personas a sentirse bien, a construir su equilibrio, y que en todos esos acercamientos no científicos había algo que merecía ser evaluado y utilizado en psiquiatría.
Mi evolución personal se ha hecho poco a poco desde una visión muy académica (con medicamentos y psicoterapia comportamental y cognitiva) hacia otra más abierta, alternativa, que incluye la meditación, por ejemplo, pero siempre poniendo cuidado en no integrar en el hospital ningún método que no tenga un mínimo de pruebas científicas. La meditación de la plena conciencia, como la que se utiliza en este servicio desde hace algunos años para prevenir recaídas de problemas depresivos o ansiosos severos, tiene estudios científicos que prueban su utilidad.
–¿Es usted pionero en la introducción de la meditación en psiquiatría?
–Sí y no. No descubrí yo que la meditación podía ser útil para equilibrar a las personas psicológicamente pero sí la introduje en un hospital universitario en Francia, en el 2004. Y es importante porque si se propone aquí, eso da confianza a muchas personas. Pero insisto: no descubrí nada, solo lo apliqué. Y hoy vienen muchos psicólogos y psiquiatras a formarse en el grupo.
«No descubrí yo que la meditación podía ser útil para el equilibrio psíquico pero sí la introduje en un hospital.»
–¿Por qué le interesa especialmente la meditación?
–Primero me atrajo el budismo. Hace seis o siete años conocí a Matthieu Ricard y nos hicimos muy amigos. Él mismo me contó el interés de las prácticas budistas para el equilibrio emocional. Me aconsejó libros y le acompañé en un viaje a la India a pasar una semana cerca del Dalai Lama, con el Mind & Life Institute, que es una asociación estadounidense que organiza regularmente encuentros entre el Dalai Lama e investigadores en neurociencia y científicos de la psicología y psiquiatría. Ricard me enseñó que había elementos en el budismo que podían utilizarse en psicoterapia. Al mismo tiempo, como eso me interesaba, conocí a pioneros como Jon Kabat-Zinn o Zindel Segal, que han sido mis maestros.
Todo ese interés personal coincidía con mi búsqueda de métodos para ayudar a mis pacientes. Yo veía que las herramientas que les proponíamos tenían límites y buscaba cómo reforzar la eficacia de los tratamientos. La meditación de la plena conciencia aporta algo nuevo. No es exactamente una terapia sino más bien una ayuda para que los pacientes vivan su vida de otra forma, para que estén presentes en la medida de lo posible y lo más a menudo posible. En vez de estar haciendo siempre algo, se trata de experimentar lo que ocurre en el propio cuerpo y alrededor, sin más. Es una idea muy simple pero muy importante para los pacientes psiquiátricos, que a menudo están cavilando sobre los sufrimientos pasados y las dificultades que les esperan.
–¿Usted practica la meditación regularmente?
–Todas las mañanas. Me levanto pronto y medito sentado entre diez minutos y media hora. Pero, además, trato de vivir el máximo de actividades cotidianas en estado consciente. Cuando pelo zanahorias, pelo zanahorias y punto, trato de no estar pensando en que debería estar en otra parte o en lo que tengo que hacer después. Y lo mismo si friego los platos, saco la basura, camino o espero. Me concentro en hacer lo que estoy haciendo. Además, todos los años hago un retiro de una semana, a veces con colegas.
–Con los años, ¿se notan cambios o sigue resultando difícil vivir el presente?
–Lo que cuesta es la regularidad en los ejercicios. Como en cualquier otra cosa, hay que practicar con constancia. Cuanto más tiempo llevas haciéndolo, más claro ves que lo necesitas y que se trata de algo complejo, sutil, delicado… mientras que cuando empiezas tienes la impresión de que lo vas a controlar todo rápidamente. Cuanto más avanzas, más ves lo que te queda por recorrer. Pero eso no es un problema. Y uno se da cuenta de que hay que volver a lo más simple. Lo importante es vivir el máximo de instantes posibles en el presente y abrirse a lo que llega sin necesidad de juzgar ni reaccionar, aceptando y acogiendo la experiencia.
–Muchas veces los post de su blog están escritos a las 5 o 6 de la mañana. ¿A qué hora se levanta?
–Depende. Me levanto muy pronto pero también me acuesto muy pronto, hacia las 10 de la noche. ¡Me costaría mucho ser español! Cuando me invitan a cenar mis amigos ya saben que a partir de las 11 me caigo de sueño. Me encanta levantarme pronto y ver nacer el día. La llegada del sol es algo muy reconfortante e importante. También hay días en que me levanto tarde pero ¡me cuesta quedarme en la cama! Llevo un ritmo animal, de acuerdo con la luz.
–¿Sufre estrés?
–Sí, sí. Tengo un temperamento bastante ansioso, frágil en lo emocional. No por casualidad me interesan todas estas técnicas de trabajo para la ansiedad y la depresión. El trabajo de psiquiatra es estresante porque se ve mucho sufrimiento crónico. Se tratan patologías y vidas complicadas. Es duro. Por eso dedico a la psiquiatría solo la mitad de mi tiempo profesional: en la otra mitad escribo libros, enseño en la universidad o doy conferencias. Cuando practicaba la psiquiatría a tiempo completo me afectaba.
–¿Qué hace para mantener su equilibrio?
–Recurro a las técnicas de las que hablo a mis pacientes y lectores. Justamente en la reducción del estrés es donde se ven muy claros los beneficios de la meditación. Yo tenía a menudo tensión en la nuca y dolores de cabeza después de jornadas de trabajo en el hospital o de días complicados en general. Desde hace dos o tres años no he vuelto a tener ni uno. Y sigo teniendo muchas cosas que hacer. Yo creo que es debido, entre otras cosas, a esta práctica. Si se medita, se sufren menos síntomas psicosomáticos, menos desequilibrios emocionales, te enfadas menos, las inquietudes duran menos… No es que no vuelvas a sentir irritación, inquietud o tristeza, sino que reaccionas a ellas de forma distinta. Tomas conciencia de que son pensamientos, respiras… y no caes tanto en la trampa de los pensamientos negativos.
–De todo lo que usted propone a sus pacientes y lectores, ¿la meditación es lo que más le ha ayudado?
–Todo me ha ayudado. Como terapeuta hay tres grandes técnicas que me han resultado muy útiles en la vida: la autoafirmación o asertividad, las terapias cognitivas (comprender que lo que nos afecta no es solo lo que nos pasa sino lo que nos decimos a nosotros mismos sobre ello: «esto es grave», «esto es definitivo», etc.) y la meditación, para tomar distancia de las turbulencias de la vida. Lo que me ha ayudado mucho también es la psicología positiva (cultivar actitudes como la gratitud, la sonrisa o la compasión). Como vengo de una familia de pesimistas y depresivos, y la psiquiatría se centra en el sufrimiento, la psicología positiva me resulta apasionante y efectiva.
–¿Cómo la practica?
–Por ejemplo, intento sonreír en situaciones de estrés. O, al irme a dormir, pienso en dos o tres personas a las que doy las gracias: alguien que ha sido amable conmigo, alguien que me ha enseñado algo o el músico que ha compuesto una música que me ha gustado.
–¿Y qué hace con lo negativo?
–No lo niego. La psicología positiva no se basa en la idea de que la vida es positiva sino de que necesitamos cosas positivas en la vida. Un día estaba en el metro y vi reflejada mi cara en la ventana: era una cara triste. Y a mi alrededor todos los rostros me parecían también tristes. Me pregunté si tenía algún motivo para poner esa cara y no lo encontré. La psicología positiva dice que en la vida hay dificultades, cosas graves que no hay que positivizar, pero también un montón de momentos que no están nada mal. Si tiendes a la depresión vas a contaminar esos momentos en que todo va bien y en vez de disfrutarlos vas a empezar a anticipar el próximo sufrimiento. El mensaje de la psicología positiva no es transformarlo todo en positivo sino ocuparse de lo negativo, vivir lo positivo e intentar vivir también de manera sonriente lo que es neutro.
«La psicología positiva no dice que la vida sea positiva sino más bien que necesitamos cosas positivas en la vida.»
–Usted es conocido como «el psicólogo de la felicidad». ¿Cómo enseña a sus hijas a ser felices?
–¡Ah, qué pregunta! Sí, forma parte de mi tarea como padre enseñarles a aprovechar la vida. Creo que para enseñar a sentir la felicidad no hay que decir nada sino mostrarlo. Cuando eran pequeñas cada vez que yo estaba contento se lo mostraba. Si pasábamos al lado de algo bello, como una flor, me paraba y les decía: «mirad qué bonito». Ya está. Algunos días miraban y otros me decían: «papá, déjanos en paz», pero notaban que yo me alegraba de ver esas flores. Que me paraba y miraba. Por supuesto había veces en que estaba preocupado o de mal humor, y no lo ocultaba, se me notaba en la cara. Pero si me decían: «papá, te pasa algo», les explicaba que tenía problemas en el trabajo, que eran cosas normales y que iban a pasar, que intentaría reírme. Este ha sido uno de los objetivos de mi trabajo educativo: enseñarles que era interesante estar feliz, que uno se sentía mejor cuando estaba bien. Pero no sé si habrá funcionado. Estas cosas tienen un efecto retardado.
–¿Cómo ve a sus hijas?
–Las tres son muy diferentes. Una tiene grandes aptitudes para ser feliz, es muy risueña y sociable. Ha sido mi mejor alumna, la que más se divertía conmigo viendo cosas hermosas y la que más me las enseñaba también. Hay otra que es muy reservada. Tengo la impresión de que no está muy dotada para la felicidad, pero quizá me equivoque. Y hay una tercera que es muy ansiosa, que le cuesta mucho ser feliz si tiene pequeñas preocupaciones. Para ella la felicidad es que todos los problemas estén solucionados. ¡Así que de momento mis enseñanzas no han funcionado muy bien con ellas! Pero hay que esperar. Lo que importa es enseñarles que la felicidad existe, hacerles vivir momentos felices con nosotros, que sepan que es algo que uno puede sentir, y que más tarde puedan también considerar que es posible y no algo quimérico. Y que es algo que se puede conseguir más que algo que uno espera pasivamente que llegue.
–¿A qué desafíos psicológicos tendrán que enfrentarse?
–Todos los que trato en mis libros. Por una parte, los relacionados con la autoestima: es decir, llegar a tener una idea favorable de sí mismas, que no significa sentirse superior sino tratarse de manera afectuosa, como se trataría a un amigo, y saber reconfortarse frente a las dificultades en vez de castigarse, etc. El desafío también de experimentar la felicidad y el bienestar psicológico. El de ser capaz de relativizar y no verse desbordado por las presiones y preocupaciones.
–¿Y qué desafíos afrontarán como mujeres?
–A menudo tengo miedo de que sufran por amor. Cada vez que un chico aparece en escena, pido muchos datos, ¡casi la ficha policial! Lo hago medio en broma pero les muestro que para mí es importante, que pueden equivocarse y escoger mal. Pero ahí de nuevo creo que funcionan los modelos y espero que mi esposa y yo les demos una idea de pareja que dialoga, que a veces discute pero que se reconcilia. En el encuentro amoroso se puede sufrir mucho porque a veces se ponen demasiadas ilusiones o, por el contrario, demasiadas defensas. Como en la felicidad, creo que es muy importante para la vida amorosa haber tenido buenos modelos en la infancia. Eso te hace ganar mucho tiempo.
Yo perdí mucho en mi vida amorosa porque mis padres tenían una relación infeliz y eso me hizo tener una idea de la pareja como algo poco interesante. Tardé mucho en comprometerme. No pasa nada pero hice sufrir a otras personas, y yo también sufrí. Espero haber mostrado a mis hijas a qué se puede parecer una pareja que funciona, y que puedan identificar a alguien que no sería un buen compañero para ellas. Uno no puede evitar dirigirse hacia personas con las que no es posible entenderse pero lo importante es sentir rápido que eso no va a funcionar, para no sufrir en vano ni perder mucho tiempo.
–¿Las mujeres sufren más por amor que los hombres?
–No estoy seguro pero ¡tengo tres hijas! así que estoy más atento al sufrimiento femenino. Me da la impresión de que en general los hombres sufren menos por amor.
–Y en cuanto a la autoestima, siendo mujeres ¿reciben más presiones sobre su imagen, por ejemplo?
–La presión a la que está sometida la mujer en lo que se refiere a la apariencia física hace más frágil su autoestima, pero a los hombres les va a pasar lo mismo muy pronto. De hecho ya les pasa a muchos chicos: ponen mucha atención en el peinado que llevan, la ropa… incluso algunos se empiezan a maquillar. Lo he visto hace un par de meses en Montreal: tres o cuatro hombres maquillados, que no eran necesariamente homosexuales. Así que en vez de liberarse las mujeres de esta presión, ahora también la empiezan a sufrir los hombres.
–¿Qué temas le interesan para próximos libros?
–Estoy escribiendo uno sobre meditación. Se parecerá a El arte de la felicidad porque estará ilustrado con cuadros que ayuden a reflexionar y a ejercitarse en la plena conciencia.
–Usted parece muy sensible: al arte, a los demás… ¿Qué les diría a las personas sensibles, que a veces sufren por ello?
–La sensibilidad forma parte de nuestra identidad, así que no vale la pena intentar evitarla ni aparentar ser duro ni impedirse sentir con más intensidad que los demás. Sería como querer cambiarse el color de los ojos. Les recordaría lo que ya saben: que la sensibilidad es una fuente de riqueza y que nos ayuda a vivir el presente porque estamos obligados a estar atentos a lo que nos llega, no vaya a ser que nos resulte demasiado fuerte o nos haga daño. Este es el lado positivo: una apertura forzosa hacia el mundo.
En general, los sensibles tienen la capacidad de acoger muchas experiencias. Pero eso solo es una suerte si se trabaja. Hay que aprender a aceptar la sensibilidad y canalizarla, y a desarrollar otras fuentes de equilibrio. Ser sensible no es el problema, sino ser sensible y no hacer deporte, beber demasiado, comer mucho, dormir poco… Entonces es terrible. La sensibilidad impone unas reglas de vida, más exigentes que para otras personas más sólidas emocionalmente. Hay que saber cuidarse para que la sensibilidad sea más una suerte que un hándicap.
–¿Qué le animó a crear un blog? ¿Qué le aporta?
–Primero fue por curiosidad: me parecía interesante encontrarme con mis lectores. Escribo una nota y al final del día tengo 30 o 40 comentarios que señalan lo que les ha parecido interesante, lo que he olvidado, lo que es criticable… Es muy variado e inmediato, y me encanta leerlos por la noche. Pero también lo hice por ansiedad: no estoy seguro de que mis libros se vendan igual de aquí a cinco años e intento ver a qué se parecerá mi profesión de escritor en unos años. Porque de lo que sí estoy seguro es de que habrá una mayor necesidad de psicología.
–¿Se esperaba el éxito que cosecha su blog?
–No me imaginaba que pudiera tener tantas conexiones. Pero ahora ya me pesa un poco, voy a ralentizar el ritmo y pasar a escribir solo tres veces por semana. Necesito tiempo para escribir mi libro y a menudo lo que escribo en el blog dejo de hacerlo en mis cuadernos de notas. ¡Me siento aliviado!
–¿Hay un exceso de personas que nos proponen cómo vivir? ¿O hay mucha sed de este tipo de enseñanzas?
–Había una verdadera necesidad y es un progreso que la psicología se haya convertido en algo central. Antes no eran necesarias las competencias psicológicas o relacionales: uno se dedicaba a lo mismo que sus padres, se casaba con alguien que la familia había escogido, etc. Hoy las necesitamos. Pero la psicología ha tenido a veces un protagonismo excesivo. Se vio en Francia con la psicología infantil, sobre todo con Françoise Dolto, que por no hacer sufrir a niños proponía poco más o menos que renunciar a educarlos. Ocurre como con todo: había una falta de psicología, luego en algunos casos hubo un exceso y ahora va a volver a ocupar su lugar.
«Saber qué enferma a las personas más frágiles permite advertir a la sociedad de lo que puede resultar peligroso.»
–¿Qué puede aportar un psiquiatra a la psicología?
–El psiquiatra cuida de personas que yo llamo «centinelas». Antiguamente en las minas de carbón los mineros tenían jaulas con canarios, que eran muy sensibles a los gases tóxicos y funcionaban como una alarma porque enmudecían y morían antes de que estos gases afectaran a las personas. El canario era más frágil que el hombre, moría antes. Pero los hombres hubieran muerto después. Con mis pacientes psiquiátricos ocurre lo mismo. Son más frágiles: frente a las presiones sociales, los conflictos familiares y en general todo lo que nos angustia. Cuando los cuido me da la impresión de que también estoy ayudando a muchas personas menos frágiles pero a quienes vamos a poder enseñar a no caer en la depresión, la ansiedad, etc. El hecho de que conozcamos bien qué es lo que enferma a las personas más frágiles, nos permite advertir a la sociedad de qué es lo que puede resultar peligroso.
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La educación que ha prevalecido en el pasado es muy insuficiente, incompleta, superficial. Sólo crea gente que puede ganarse la vida pero no da ningún indicio sobre la vida misma. No sólo es incompleta, es además dañina – porque está basado en la competencia.
Cualquier tipo de competencia es violento en su esencia, y crea personas que no aman. Todo su esfuerzo está en los logros: renombre, fama, todo tipo de ambiciones – obviamente, deben luchar y entrar en conflicto para lograrlas. Esto destruye su gozo y su amistad. Pareciera que todos están luchando contra el mundo entero.
La educación hasta ahora ha sido orientada a lograr metas: lo que aprendes no es importante; lo que es importante es el examen que vendrá en uno o dos años más. Hace que el futuro sea importante – más importante que el presente. Sacrifica el presente por el futuro. Y esto se convierte en tu estilo mismo de vida; estás siempre sacrificando el momento por algo que no está presente. Esto crea un tremendo vacío en la vida.
La comuna de mi visión tendrá una educación de cinco dimensiones./b>
Antes que entre en el tema de esas dimensiones, quiero señalar unas cosas. Uno: no debería existir examen alguno como parte de la educación, pero cada día, a cada hora, habrá una observación de parte de los profesores; sus comentarios durante el año decidirán si adelantas o te quedas un poco más en la misma clase. Nadie falla, nadie pasa – es sólo que unas personas son rápidas y otras son un poco perezosas – porque la idea de fallar crea una profunda herida de inferioridad, y la idea del éxito crea otra clase de enfermedad, la de superioridad.
Nadie es inferior, y nadie es superior.
Uno es sólo uno mismo, incomparable.
Por esto, los exámenes no tendrán lugar. Esto cambiará toda la perspectiva desde el futuro hacia el presente. Lo que estás haciendo en este preciso momento será decisivo, no lo serán cinco preguntas al final de dos años. De las miles de cosas por las cuales pasarás durante estos dos años, cada uno será decisivo; así la educación no será orientada hacia las metas.
El profesor ha sido de inmensa importancia en el pasado, porque él sabía que aprobó todos los exámenes, que acumuló conocimiento. Pero la situación ha cambiado – y éste es uno de los problemas, que las situaciones cambian pero nuestras respuestas permanecen siendo las viejas. Ahora la explosión del conocimiento es tan vasta, tan tremenda, tan veloz, que no puedes escribir un gran libro sobre un tema científico porque al momento en que tu libro esté por salir, estará pasado de moda; nuevos hechos, nuevos descubrimientos lo harán sin relevancia. Ahora la ciencia dependerá de los artículos, los periódicos, no de los libros.
El profesor fue educado hace treinta años. En treinta años todo ha cambiado, y sigue repitiendo lo que se le enseñó a él. Está pasado de moda, y está haciendo que sus alumnos estén pasados de moda. Por esto, en mi visión, el profesor no tiene cabida. En vez del profesor, habrá guías, y la diferencia debe de ser comprendida: un guía te dirá donde, en la biblioteca, encontrarás la última información sobre un tema.
En el futuro el computador va resultar ser de una importancia tremenda y revolucionaria.
Por ejemplo, la manera que la educación se imparte a los alumnos es enteramente anticuada. Aún depende en alimentar la memoria, y mientras más se carga la memoria, menor es la posibilidad de tener claridad y inteligencia. Me parece una gran oportunidad que a los alumnos se les libere del almacenaje de todo tipo de información. Pueden llevar pequeños computadores que tendrán toda la información que requieren en un momento dado. Esto ayuda a que sus mentes sean más meditativas, claras, inocentes. Ahora, sus mentes están demasiado atiborradas con basura innecesaria.
En el futuro, la educación será centralizada en el computador y en la televisión, porque lo que puede ser visto gráficamente es recordado con mayor facilidad que aquello que se ha leido o oído. Los ojos son instrumentos mucho más poderosos que los oídos. También quitará el aburrimiento de sólo leer y escuchar. Al contrario, la televisión es una experiencia gozosa. La geografía puede enseñarse con mucho colorido…
El profesor deberá ser solamente un guía para mostrarte el canal adecuado, para mostrarte cómo usar el computador, de cómo encontrar el libro más reciente. Sus funciones serán totalmente diferentes. No te estará impartiendo conocimiento, te está haciendo conciente del conocimiento contemporáneo, del conocimiento más reciente disponible. Él es sólo un guía.
Bajo éstas consideraciones, yo divido a la educación en cinco categorías.
La primera es informativa, como historia, geografía, y muchos otros temas que pueden ser manejados por la computador y la televisión juntas.
Pero sobre la histoela – debemos tomar un punto de vista completamente radical. En este momento, la historia consiste en Genghis Khan, Tamerlane, Nadirshah, Adolf Hitler, etc. Estas no son nuestras historias, éstas son nuestras pesadillas. La sola idea que los humanos pueden ser tan crueles unos a otros produce nausea. Nuestros niños no deben de ser alimentados con tales ideas.
En el futuro, la historia debe consistir sólo en aquellos grandes genios que han contribuído algo a la belleza del planeta, a la humanidad – un Gautama Buda, un Sócrates, un Lao Tzu; grandes místicos como Jalaluddin Rumi, J. Krishnamurti; grandes poetas como Walt Whitman, Omar Khayyam; grandes figuras literarias como Leo Tolstoy, Maxim Gorky, Fyodor Dostoevsky, Rabindranath Tagore, Basho.
Debemos enseñar la grandeza positiva de nuestra herencia, con apéndices indicando la gente que hasta ahora se le ha considerado históricamente grande – gente como Adolfo Hitler. Ellos pueden aparecer solamente en los apéndices y las notas, con una clara explicación que ellos eran insanos, o sufrían de un complejo de inferioridad, o algún desorden psiquiátrico.
Debemos lograr que las generaciones futuras estén completamente concientes que un lado oscuro existió en el pasado, que domin pero que ahora no hay lugar para ello.
En la primera dimensión también vienen los idiomas. Cada persona en el mundo deberá saber al menos dos idiomas; uno, su lengua materna, y la otra el Inglés como un vehículo internacional de comunicación. Se les puede enseñar con mayor precisión por televisión – el acento, la gramática, todo puede ser enseñado con mayor corrección.
Podemos crear en el mundo una atmósfera de hermandad: el lenguaje conecta a la gente, y el lenguaje desconecta a la gente también. En éste momento, no existe un lenguaje internacional. Esto es debido a nuestros prejuicios. El inglés está perfectamente adecuado, porque es conocido, en mayor escala, por la mayoría de la gente por el mundo.
La segunda dimensión es la investigación de temas científicos, lo cual es tremendamente importante porque es la mitad de la realidad, la mitad externa. Esto se puede impartir por televisión y computador también, pero será más complicado, y el guía humano será más necesario.
La tercera será sobre lo que está faltando en la educación actual, el arte de vivir. La gente ha dado por sentado que saben lo que es el amor. No lo saben… y cuando logran saberlo, es demasiado tarde. A cada niño se le debe de enseñar a transformar su rabia, su odio, sus celos, en amor.
Una importante parte de la tercera dimensión será el sentido del humor.
Nuestra así-llamada educación hace que la gente esté triste y seria. Si un tercio de tu vida es gastada en la universidad siendo triste y serio, esto se arraiga profundamente en ti; te olvidas el lenguaje de la risa – y el hombre que olvida el lenguaje de la risa ha olvidado mucho de la vida.
Por ello, el amor, la risa, y el familiarizarse con la vida y sus maravillas, sus misterios… Estos pájaros cantando en los árboles deben ser oídos. Los árboles y las flores y las estrellas deben tener una conexión con tu corazón. El amanecer y el crepúsculo no serán asuntos externos – deberán ser algo interno también. La reverencia por la vida deberá ser el fundamento de la tercera dimensión. La gente es tan irreverente hacia la vida.
La cuarta dimensión deberá ser del arte y la creatividad: pintura, música, artesanía, cerámica, escultura – todo lo creativo.
Se deben permitir todas las áreas de creatividad; los alumnos pueden elegir. Habrá unas pocas cosas obligatorias – por ejemplo, un idioma internacional deberá ser obligatorio, y una cierta capacidad para ganar tu sustento deberá ser obligatorio, cierta arte creativa deberá ser obligatorio. Puedes elegir por todo el arco iris de las artes creativas, porque a no ser que el hombre aprenda a cómo crear, nunca llega a ser parte de la existencia, la cual es constante creación. Al ser creativo, uno es divino; la creatividad es la única oración.
La quinta dimensión debe de ser el arte de morir.
En la quinta dimensión estarán todos las meditaciones, para que puedas saber que no hay muerte, para que puedas tomar conciencia de la vida eterna dentro de ti. Esto debería ser absolutamente esencial, porque todos tienen que morir; nadie lo puede evitar. Bajo el gran cobijo de la meditación, puedes ser introducido al Zen, al Tao, al Yoga, al conocimiento Hassídico, a todos los tipos y posibilidades que han existido, pero de las cuales la educación nunca se ocupó.
La comuna nueva tendrá una educación plena, completa.
He sido un profesor yo mismo y renuncié a la universidad con una nota diciendo: Esto no es educación, esto es mera estupidez, no están enseñando nada significativo.
Pero esta educación insignificante prevalece por todo el mundo – sin diferencias, ya sea Rusia o América. Nadie ha buscado por una educación más completa, más total. En este sentido casi todos carecen de educación; aún aquellos que tienen grandes títulos, están sin educación en las áreas más vastas de la vida. Unos pocos están más faltos de educación, otros menos – pero todos están sin educación, porque la educación como un todo no existe en ninguna parte.
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